domingo, 9 de agosto de 2009

La banca...

En la banca de un parque alejado de la memoria de llegada, se alegra la tarde entre murmullos y zumbidos animales, insectosos para ser más preciso. Se ven en el metal forjado más de una goma de mascar procesada, y se jura que las mismas advierten haber sido testigo de la escena un par de miles de veces: Persona esperando a otra persona, practicando discurso que no recordará en tiempo, sentido ni forma.

Con las manos a medio sudar, el pantalón cansado de ser estrujado y usado como toalla se queja en voz baja, mientras él balbucea palabras de amor y declaraciones de olvido, de eternidad y distancias. Se cuenta bromas a si mismo y se sonríe mientras se le escapa alguna mirada realmente triste al vacío.

El agua encharcada a unos metros de él hace ondas mientras le cae el alba, se detiene el reloj de arena que es su estómago y registra con la mirada todas las zonas de acceso a ese punto... Ella no aparece y él sigue sintiendo que se le acaba el tiempo, que se le detiene el corazón y el vacío del estómago no es hambre... él sigue sintiendo que algo no va bien y se le está quebrando la voz.

La luz artificial se hace presente en la cima de un largo metal. Él se ha cansado de cansarse, se impacienta de querer ser impaciente y le rehúye a la idea del preabandono. El sollozo se le escapa sin querer, como a quien se le escapa el aire después de aguantar la respiración demasiado tiempo, cae de nuevo al asiento que con un tono verdoso de "te lo dije" y de escena repetida permanece inmóvil, frío y francamente incómodo.

No hay grandes despedidas, nunca hubo encuentro. No hay grandes discursos y sonrisas enmacarcadas por lágrimas y buenos deseos. Él se levanta y comienza a caminar al ritmo de algunos grillos perdidos en la ciudad, que tararean canciones para dormir automóviles inquietos en el semáforo más cercano. Y con esa tonada se pierde entre las sombras de algún parque, de alguna ciudad, de algún país donde la gente se olvida a si misma por querer encontrarse en los demás y se cansa de sollozar mientras esperan a alguien a quien jamás citaron. Alguno de esos países tristes de gente sin valor que deja que las bancas sean saturadas con la repetición de la misma escena, pobre bancas.

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