lunes, 29 de octubre de 2007

Vidente...

Vidente...
Había vivido toda su vidaconciente, bajo la premisa de lo fugaz de su llama. Rezando a Dioses que prometieran que después de esta vida no hay más. La línea de la vida corta predicaba en su mano.

La conciencia del destino le permitío enriquecer sus días, pero matar su anhelos. No hay vida en el vivir para morirse.

Si cada día se sabía más cercano a su final, y cada hora era una más; la pregunta resaltaba, ¿por qué aguardar?

La ventaja de ser dueño de las decisiones, de las acciones, del gatillo. El control del pulso, del miedo, de la destreza, del tener la última palabra. Del huir al sueño recurrente. Del ser vidente de la vida efimera, y testigo en sueños del final de la misma.

Más de un mes completo, si se sumaban las noches, habia presenciado en sueños su velorio. Era él el de la caja, el de los arreglos, el del traje oscuro, el de las visitas lloronas. Era el casuante del dolor, de la pena, del olvido, de la no empatía.

Era una bomba molotov de sentimientos, que quemaban en estallidos cortos, y superficiales las heridas pero de profundo dolor. Veía con claridad a su madre, acabada por las canas y con los ojos secos, la piel marchita y descuidada. Un poco de rubor no bastaba para matar la pena tatuada en la comisura de los labios. Su hermana, cual fuente lagrimienta, derramaba ríos de dolor en agua, diluidos con el rimel que dejaban huellas negras en la mejilla.

El cuerpo en su nuevo empaque, era trasportado por hermanos, de sangre y de vida. Cargaban en hombros, la caja gris metálico. Su dolor no era evidente, pero mas de uno había picado cebolla antes de asistir al evento.

En la fila de las caras que contaban las páginas de su historia, mujeres abundaban: Abuelas, exnovias, parejas, amigas, tías, primas... los títulos eran surtidos.

Un par de ellas sorprendía a la vista. La primera, contaba con un palido tono de ultratumba, un par de mejillas deshidratadas, ojos escondidos bajo un par de gafas oscuras, cabello relamido en una coleta de caballo, y un llanto silencioso y murmurante que taladraba la espina dorsal en pequeñas etapas que erizaban la piel y ponían al sentimiento crudo en charola de plata.

A su lado una imagen no apta para corazones débiles. Una hermosa y rizada cabellera, sostenida por un broche en forma de mariposa. Un par de ojitos verdes desolados, y desorientados por la duda. Por su cabeza un par de ideas legibles en su rostro: ¿Por qué lloras mamá? ¿Donde está papá?

El sueño siempre terminaba en la misma imagen rompecorazones: La niña con el rostro familiar y perdido, y su atuendo funebre.

Y con el gatillo en la punta del dedo índice, con el arma bien empuñada con mira en la boca, el sabor del metal y la grasa en la lengua. Con el sudor y el dolor apretujando el pecho.

¿Por qué aguardar?

...

¿Por qué esperar un día más entre dolores y penas?

...

...

Para saber si el rostro de esa niña también sabe sonreir.

lunes, 15 de octubre de 2007

Al mar...

Vamos al mar, al viento con sal.

Del tiempo saliva en besos, donde se acurruca el aliento del sol entre tus pechos. Donde se compara el alma a la ola, y regresa a su fuente, un poco turbia, pero jamás vencida. Así nuestros días se calman y pasan, así mi alma se lava y se olvida. Se diluye de culpas, y queda vacía.

Vamos al mar, aunque a hierro peligre la piel.

Del comienzo recuerdos tibios y obligados a callar, entre la arena y la sal. Donde se compara el calor con el tuyo, y el recuerdo de la piel busca amar, coquetea con las gotas de las mejillas. Y ante el rayo verdugo mi sonrisa no se puede evitar.

Vamo al mar, vamos donde todo pueda volver a comenzar.