lunes, 17 de marzo de 2008

Me pregunto....

Me pregunto dónde estaras, porqué no podras perdonar.
Me pregunto, joder, dónde acabara el día, el mes de completo.

Y comienzo a coqueter la idea de fumar,
no por ninguna moda, es para la voz quemar.
Para en la palabra un poco de calor encontrar.

Que vuelen las horas en la penumbra,
que rezando se acabe el espasmo y acabe en una cruz,
que se dejen confirmados mis temores,
que súbitamente caiga un rayo y se haga la luz.

Me pregunto por que no pasas por aquí.
Sugiriendo la verdad, por que aún carecen de sol
las tardes de esta ciudad.
Me pregunto por que no pasas por aquí
Llevandote el mundo a cuestas, con mi fé de fuerza.

Sé que las noches sin tí son un infierno,
Que me queman los segundos en las venas,
que huelen a quemado las penas
sé que las noches sin tí son reloj sin tiempo.

Que vuelen las horas en la oscuridad,
que mueran las noches de insomnio,
que se funda el día con el aguamiel.
que cada día se olvide el ayer.

miércoles, 5 de marzo de 2008

La última vez...

Llevábamos meses de no vernos.

Las circunstancias y los miedos nos habían alejado un poco… no lo suficiente.

La recogí en su trabajo. Un beso en la mejilla, me indicó el rumbo de la cena. Charla de actualización muy precaria nos acompañó dos semáforos. Antes del tercero, alargó sus finos dedos a mi cabello. Electrizante sensación de lo conocido.

Cerré los ojos, y me recargué en contra de su piel. Ella segura de una decisión interna, se acercó a mí y me beso con turbias intenciones. La boca, el cuello, la oreja, fueron sus objetivos.

El claxon del auto detrás, nos advirtió del cambió de color del semáforo. Ella no cedió territorio, continuo tocándome, besándome, acariciándome, destapando esas intenciones reprimidas, esos besos añejos por no haberlos dado, esos roces que me pedían participar a toda costa.

Sin preguntas, sin palabras dejamos que el cuerpo hablara. Los nuestros decidieron buscar un lugar privado. Entramos a este lugar sin palabra cruzada, nuestras pieles no permitían descanso.

Tan pronto el auto fue lugar privado, la poca ropa que restaba fue arrebatada de ambos cuerpos. Botones rotos, cierres apresurados, pieles urgentes. El calor aumentaba, y su piel aún tenía ese sabor a gloria. Sus hombros perfectos no hacían otra cosa que invitar a devorar. Ella tenía esa mirada, de animal atacando, y al mismo tiempo de presa resignada. Besarle el pecho y bajar al abdomen, sin dejar de verla a los ojos grandes, era tener un ciervo en la quijada, decidido a alimentarte, y no con dolor sino con gusto de hacerlo.

El auto sólo fue capaz de dejarnos semidesnudos y con el sabor mutuo en los labios. Necesitábamos más espacio, la energía se desbordaba por los asientos, por los tapetes, por los asientos y ventanas, por cualquier rincón que el cuerpo permitiera contorsión para el acto más carnal y espiritual que jamás se haya ejecutado.

Abrí la puerta y la cargué sin dejar de morder, besar, rasguñar… comer.

Minutos después logramos llegar a la habitación. No había más ropas, limitaciones de espacio, ni otra idea que entregarnos. Sobre las sábanas bebí su alma en gotero, mientras ella sostenía mi cabello. Rocé el cielo, y lo mordí en sus labios, cada gota de sudor era motivación de otra nube, otro tacto sobrenatural, otra posición que nos recordara cada momento vivido.

Hicimos de todas las noches una, de todas las vivencias ese momento, de cada beso que se dio antes un intercambió de parpadeos. Un te quiero en cada sonrisa, un te extrañaba en cada mueca placentera, un por favor continua en cada tacto. Nos conocíamos bien, y nos concentrábamos en experimentar con lo conocido, saber que lo de antes funcionaba mejor por haberlo deseado tanto tiempo.

Asemejábamos una lucha sin tregua, sin descanso, sin inclinar la balanza de un lado o del otro. Lucha sin vencedores claros. Cualquiera que lo llegase a lograr, no podría sobrevivir por tantas heridas. Esta noche dejaría huella mortal en ambos.

También dejaría huella de las mordidas en tus hombros, rasguños en mi espalda, piel enrojecida, raspaduras en las rodillas, labios inflamados, almas al descubierto.

No había marcha atrás, no había más recuerdos, no había más culpas, no había más presiones, más palabras ocultas. Éramos puros y completos. Era la comunión del alma en el sexo. Era hacer el amor… en la cama, en la sala, en el sillón, en el lavabo, en el baño, era poseer una fuerza inexplicable. Era tatuarse en el pecho: “he estado enamorado”.

Capítulo 2: El espejo

Los días siguieron pasando. Perdí la cuenta de las horas pero comencé con la de los minutos; la niña en la carreta ya no era suficiente. Para resolverlo decidí reintentar lo del trabajo:

Asistí a un par de entrevistas; sin éxito aparente.

Tal vez no cubría perfil... o tal vez mi nivel de acicalamiento no era tan perfecto como la norma lo marca.

En una de ellas, recibí un comentario, que a memoria de buen cubero: Me gusta tu historial, saliste alto en los exámenes... pero... como te lo pongo, creo que unos cuantos cambios en tu apariencia, y atención a ti mismo, harían que la decisión fuera fácil.

Según yo, el traje formal, camisa, blanca, corbata de rayas azules, zapato boleado, cabello relamido, eran más que suficientes.

Pero la verdad últimamente había estado preparándome para la entrevista a tientas. Evitaba a toda costa acercarme al espejo.

Hace 4 meses que no me cortaba el cabello, la rasurada era por instrumentos, por no decir a ciegas.

Yo suponía si bien no era un perfecto candidato, uno muy sobre la media.

Ya entrado en confesiones, el espejo era la causa de esto. Me había acostumbrado a evadirlo.

En mi casa había varios, que decidí quitar por diversas razones. Pero uno se resistió. El espejo del centro de la sala, aquél que ocultaba el destino de la pequeña y los caballos. Ese espejo que tomaba mi mente y la colocaba una vez más en su lugar.

Su resistencia sobrehumana (o en su defecto sobreespeja) comenzó con dejar de reflejar. Negar su propia existencia al acercarme.

Negó por primera vez su existencia, aquella madrugada de los reflejos extraños.

La niña de la carreta llevaba dos días sin aparecer, pero en cambió habían aparecido lentos y toscos caminantes, que a decir verdad no eran tan divertidos.

Me levanté por un vaso con leche, que en realidad se transformó en un largo trago de cualquier cosa cuyo envase no distinguí, pero su sabor a putrefacto me advirtió detenerme. No me despabile, pues estaba seguro que tenía cerca el sueño, no debía espantarlo.

Al salir de la cocina me dirigí al baño. Allí todo transcurrió sin sobresaltos, hasta que al salir del mismo escuché un crujir. Regrese la mirada, nada vi. Sin pensar más en ello continué mi camino a mi cama. En las escaleras otro crujir al subir, justo donde una espejo estaba. Me asomé con cierta curiosidad está vez.

Con sólo un ojo a medio abrir, busqué en el espejo mi reflejo. Nada, adjudiqué el fenómeno a la falta de luz, así que apreté el interruptor y una luz blanca y ahorrativa se hizo presente.

Después de enfocar pobremente con el ojo abierto, mientras tallaba el otro con la mano. Vi una ausencia de mi imagen. No era invisible, pero simplemente yo no aparecía entre las maderillas talladas que hacían de marco. Por otro lado al acercarme podía distinguir sombras, y ojillos en las esquinas detrás de donde debería estar mi reflejo.

De inmediato gire el cuerpo en busca de aquellos causantes de esta broma. Nadie. Vislumbrar los medicamentos de nuevo era tenebrosa opción. Decidí evitar mis miedos, sin espejo no hay carencia de imagen, por tanto si los quitaba todos, no tendría que temer.

Así lo hice antes de que saliera el Sol, sólo faltaba uno. Al acercarme al igual que los otros no reflejó mi imagen. Pero este agregó una segunda súplica, dejó de reflejar todo. Dejó de ser espejo por mí. Se negó a ser su destino.

Se me hizo honorable, tenebroso sí, pero honorable al fin. Al final del día ese espejo había sido testigo de mis insomnios, y sabía que disfrutaba de la historia que él permitía fuera de final abierto. Era admirable que no por necedad de permanecer en la pared se negaba a sí mismo, lo hacía por mí, por que él estaba seguro de que él me permitía dormir y soñar un poco.

Así fue como el espejo se ganó mi respeto: Era lo que se esperaba de un amigo, sobrepasar los límites propios por metas ajenas. El espejo me ocultaba mi imagen y la de mis miedos por ser un buen amigo. Al menos yo pienso que es mi amigo.

martes, 4 de marzo de 2008

Salud...

No quiero que suene forzado,
o justificar lo injustificable.
Quiero que todo vuelva,
que el hoy sea como antes.

Quiero hablar, reir, burlar;
tengo antojo de memorias,
De una cuba, de una sonrisa sin razón.
Me molesta fallar,
pensar en lo inútil de la frase,
me molesta la mala memoria,
mis distracciones, y hacerte pensar mal al no marcarte.

Quiero que me leas, que sonrias,
que tengas en mente un par de recuerdos,
que me busques en alguna cantina,
o en la memoria de otro ron.

Recuerdo borroso y poco sobrio;
felicidad cruzada con mariachis;
fotos sin sentido, canciones al oído;
copas extra y viajes de memoria.

Sonríe es mi regalo,
Perdona pues he fallado,
Recuerda y no olvides al amigo,
que aunque retrasado,
siempre sonrío al brindar en mal estado.

Te extraño y pido perdón
por que hoy así lo decido.
Brindemos por lo que ha pasado
y por lo que pasara.
No importa si caes por ebria o por fallo
sigo siendo tu amigo,
por que está en el destino,
está escrito en nuestras manos.

Salud Carajo