martes, 14 de enero de 2014

¿Qué pasa cuando se hace de noche?

El problema no radica en las acciones o decisiones hasta esa hora donde se avecina el sueño, retiembla el parpado y aúlla el bostezo, es más el vacío que crece y dolor que no se detiene.
Te cobija una nata gruesa de pensamientos dubitantes, un lastre de fallos de antaño y borbollonees de lontananza hecha humo, un ayer que se disuelve en la yema de los dedos. Y en bajo ese yugo y peso: el temor.

El temor de no tenerte, no encontrarte, no buscarte, no saber que hacer sin ti; el renunciar a la vida que ya te rehuye, que se te escapa del pecho en llanto, en sábanas que conocen tu desesperación… de cada idea que se hace sombra y te viene a quitar la calma de las pocas seguridades que te quedan.

Y allí, solito, el temor se pone filoso y acribilla sin razón o sentido cada certeza…
Y sientes que la muerte se mete a las sábanas, su frío contagia tu piel y su respiración húmeda retumba en tus oídos… cada vez más fuerte, cada vez más fría, cada vez más tuya…

Despiadada, sádica y graciosa, se atreve a soltarte una noche más… cuando ya se avecina la luz, cuando tu tiemblas y sudas… cuando has abandonado esperanza y pedido una última vez s los cielos piedad a los tuyos. Por ti no has pedido, pediste por ella y por su sonrisa… pediste poder protegerla y pagarías el precio sin dudarlo. Rogaste en un momento, que si te vas, ella no muera en llanto, pediste irte en silencio y con promesa de no estorbar al futuro inmediato.

Tal vez por eso pasaste la noche, por una ilusión y calor en tu pecho, por una idea y una mujer… lograste sobrevivir por aferrarte a hacerla feliz, o no hacerle daño…


Eso pasa cuando se hace de noche; los demonios internos salen de caza y la vida misma teme por su suerte y no hay amanecer más fuerte, ni luz más esperanzadora, que una posibilidad, remota o minúscula de probar suerte en su vida, y ser merecedor de su sonrisa… al menos un día más.