El problema no radica
en las acciones o decisiones hasta esa hora donde se avecina el sueño, retiembla
el parpado y aúlla el bostezo, es más el vacío que crece y dolor que no se
detiene.
Te cobija una nata
gruesa de pensamientos dubitantes, un lastre de fallos de antaño y borbollonees de
lontananza hecha humo, un ayer que se disuelve en la yema de los dedos. Y en
bajo ese yugo y peso: el temor.
El temor de no tenerte,
no encontrarte, no buscarte, no saber que hacer sin ti; el renunciar a la vida
que ya te rehuye, que se te escapa del pecho en llanto, en sábanas que conocen
tu desesperación… de cada idea que se hace sombra y te viene a quitar la calma
de las pocas seguridades que te quedan.
Y allí, solito, el
temor se pone filoso y acribilla sin razón o sentido cada
certeza…
Y sientes que la muerte
se mete a las sábanas, su frío contagia tu piel y su respiración húmeda retumba
en tus oídos… cada vez más fuerte, cada vez más fría, cada vez más
tuya…
Despiadada, sádica y
graciosa, se atreve a soltarte una noche más… cuando ya se avecina la luz,
cuando tu tiemblas y sudas… cuando has abandonado esperanza y pedido una última
vez s los cielos piedad a los tuyos. Por ti no has pedido, pediste por ella y
por su sonrisa… pediste poder protegerla y pagarías el precio sin dudarlo.
Rogaste en un momento, que si te vas, ella no muera en llanto, pediste irte en
silencio y con promesa de no estorbar al futuro
inmediato.
Tal vez por eso pasaste
la noche, por una ilusión y calor en tu pecho, por una idea y una mujer…
lograste sobrevivir por aferrarte a hacerla feliz, o no hacerle
daño…
Eso pasa cuando se hace
de noche; los demonios internos salen de caza y la vida misma teme por su suerte
y no hay amanecer más fuerte, ni luz más esperanzadora, que una posibilidad,
remota o minúscula de probar suerte en su vida, y ser merecedor de su sonrisa…
al menos un día más.