domingo, 22 de julio de 2007

Imagen...

La luz la había hecho perdurable, y el tiempo se había encargado de hacerla inolvidable.

Nunca fue común, pero era vagabunda por carecer de dueño. Siendo yo elegido de encontrarme enredado entre sus restos.

Si bien la espera había aniquilado mis ganas de vivir el día a día, y la paciencia nunca fue mi mayor atributo; mi curiosidad, siempre mayor a las caracteristicas anteriores, era suprema.

Ese día reinaba la curiosidad, sobre las sombras del blandengue clima, que se dedicaba a llorar la ausencia del Sol. Reinaba por el tedio de la vida, por la vacuidad de la monotonía. Reinaba por que la había divisado entre varias similares pero jamás comparable sería.

Mi mirada en su reflejo, cual buen espía, sigiloso escudriñaba entre su belleza enmarcada por un atuendo negro y justo. "Justo para la ocasión" recuerdo haber pensado. Analizada, cortada, desmenuzada su imagen ante el ojo cruel, que cual sátiro disfrutaba del dolor que lastima las autoestimas ajenas, penas causadas por sus defectos, que aunque pocos, siempre que son escudriñados duelen en el pecho y quitan el curita de la costumbre.

Mis trámites eran eternos y el valor poco.

La jaqueca del hambre era olvidada. Las horas de espera eran nulas. La vida se hacía lenta, para poder apreciar este fugaz cruce de destinos. Mi objetivo inicial de estar ahí había sido olvidado.

La cituación fue cuajando hasta el punto de enfrentarla... Había poco que hacer, que decir, que intentar.

Vi entre sus límites un papel con su nombre, que alargado con sus extremidades ocultaba, pues decía su edad.

Su nombre, su edad, su procedencia, fueron reveladas a mi acosador interno.

El asombro creció al ver cualidades que yo encontraba sobresalientes, que aunque tal vez fueron sin intentarlo, dejaron mi pequeño asombro usado.

Una extraña fascinación por la imagen contemplada recorrió mi cara, se alargó a mi boca haciendome sonreir. Se ubico detrás de mis ojos, corrío fugaz por el cuello, logró econtrar la avenida de mi hombro, con dirección directa a mis manos. Obligó a mover los dedos, la mano, el brazo, el hombro, y econtrar en mi pecho la cartera.

La fascinación controlaba la compra, y yo drogado por el consumo, abrace la fotografía y huí de la escena del crimen, cómo quien huye con su amada después de haberla raptado con fines, mas que románticos, carnales.