Abajo de la cama, en la orilla de la sombra que se traduce en miedo, a lado de esos miedos que asoman los ojillos rojos y arañan los recuerdos, roen la propia carne comenzando por la cola y se degluten así mismo y se dan la vuelta como calcetines.
Justo ahí, donde la penumbra (rechazada por ambigua) es fiel a su incomodidad; en la frontera donde no se sabe donde ya cada vez es menos o cada vez más, donde entra o salé, donde comienzas a extrañar o a olvidar. Ahí me acurruqué a acariciar el vacío, del viento caído, los hilos que aún sobran de mi tiempo perdido, mezclados entre cabellos, pelusa y olvido; con frío, con fobias, con una botella a medio camino...
Ahí abajo, cerquita al pecho de la bestia, acariciando de vez en vez el polvo, suspirando por creer que hay restos de tu piel en él; a la sombra de mi hoy, volví a buscarte sin saber por qué y sonreí en presencia de más de dos ataques de tos que me confirmaban tu permanencia en mi vida... de una manera u otra.
martes, 28 de septiembre de 2010
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