lunes, 19 de octubre de 2009

El cubo...

Una vez dos ingenuas personas encontraron una caja, un cubito negro; sin más sentido que pisa papel, sin más uso que el olvido común. Para gracia y suerte del cubo, en manos adecuadas era herramienta de más. Durante algún sencillo tiempo fue banco para alcanzar tesoros entrañables de cocinas milenarias y tazones de galletas sagrados. Otras tantas veces fue balón, lanzable y siempre cachable (Nunca habían probado su dureza a conciencia, el romper algo que no conoces bien puede causar más culpa de la debida, o menos castigo del adecuado).


El cubito negro poco a poco fue adquiriendo nuevas caracterizaciones. Con un simple bigote y un parche, ambos dibujados con crayola roja, lograban hacer al tan interesante objeto todo un corsario. Decidido a desfalcar los cargamentos de dulces o lodo que transportaban de ilusa manera los marinos incautos de ese patio trasero. Otras tantas, una crayola rosa, era maquillaje y volvía endeble y muy formal al personaje, le daba una elegancia exquisita a la hora de tomar el té con el resto de sus comensales afelpados.


Así transcurrieron esos largos días soleados, nublados y uno que otro lluvioso. Algunos días fríos pero ninguno demasiado, nada que no se arreglara cuando las dos ingenuas personas se tomaban de la mano, se abrazaba, o se sonreían... casi nunca se tenía que buscar un abrigo más grueso que eso.


El cubo con el uso, con el tiempo, con la costumbre, con la incertidumbre, con el frío, con los lanzamientos, con las idas, con los regresos, con el ser usado de banco, con el infinito uso del limitado tiempo por parte de estas dos ingenuas personitas... terminó por ablandarse; en contra de su dura corteza, en contra de la rutina de firmeza y aristas negativas al doblez. Se transformó en algo maleable, pero no demasiado.


Las personitas sorprendidas y más bien asustadas, al principio tomaron decisiones bizarras. El niño más acostumbrado a ignorar la firmeza del cubo, decidió no usarlo, corría el peligro de dañarlo, y en secreto le daba más miedo eso que en realidad intentarlo. La niña, ligeramente trastornada por el cambio, puso su mayor empeño en moldear un afelpado amigo más para las largas sesiones de té (y con toda razón, corren los rumores de que Teddy, no es pardo natural). El cubo se resistió y terminó siendo más bien un feo y amorfo cuero similar a una estrella... o un triángulo perdido en su camino o un cubo intentando ser quien no era y sufriendo el castigo de malintentarlo.


Ambos se cansaron del complejo andar del excubo. "Demasiado complicado habiendo tantos juguetes", "Demasiado blando habiendo tantos bancos", "demasiado duro habiendo tantos balones". Pero la belleza del cubo no era entendida... no era un juguete, no era una nueva atracción, no era un personaje en la rutina, no era uno más en la mesa del té, no era lo que esperaban, no era quien esperaban, era lo que necesitaban...


Era lo que necesitaban... y lo notaron al buscar de nuevo el tarro de galletas y no alcanzarlo, al lanzar un balón real y no saberlo controlarlo. Era lo que necesitaban, y no lo notaron hasta que de nuevo jugaban solos, hasta que faltaba un marinero incauto o alguien que si contestara "ya no quiero más té", alguien que hiciera más pasadera la tarde eterna.


Ahora ambos chicos siempre llevan abrigos, casi nunca se acuerdan, casi nunca se olvidan, pero les falta algo, se sienten incompletos. Creen que fue un error dejar perder el cubo, creen que extrañan al amorfo paralelepípedo.


Que ingenuos son los chicos que se extrañan a unos pasos, que olvidan entre rutinas que los cubos son cubos, los trabajos trabajos, y nadie extraña las cosas. Que ingenuos son los chicos que no entienden que esos abrazos y sonrisas cambian al mundo, cambian las mareas de los patios traseros y las multitudes en los restaurantes inventados en los cuartos rosas. Que ingenua es la gente que quiere buscar significado a los cubos. Pobre cubos, que nacen sin sentido pero se les otorga tanta razón.

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