lunes, 2 de febrero de 2009

Con la cara empapada...

Con la cara empapada en sudor, despertando a media noche, o media vida. Donde se encuentran los miedos y las miradas rebuscando la salvedad del cuarto oscuro, entre las sábanas tibias y la hora fría. Nada. Nada fuera de lugar, todo en el mismo caos aleatorio que da seguridad.

Con el pulso descarriado y el recuerdo del pánico vivido, de lo que se despide y regresa. De esos miedos que se sienten delgados y filosos, que se alejan únicamente para volver, de esos miedos que nos dejan buscando un poco de luz del otro lado.

Soñaba con tu cara, la mirada, tu olor, siempre ese olor hipnótico que se preocupa por llegar a mi cuando menos me lo espero. Soñaba con un discurso sin palabras, con el cielo gris y la tormenta ahogando cualquier aire de oportunidad, quería llevarte conmigo, pero no iba a ninguna parte.

No te preocupes por mi, te decía, las ilusiones se van pero siempre estoy esperando, que algo siga cambiando, que algo en mi siga soñando. No te preocupes por mi, me decías, quiero dejarte bien claro que nada cambia, por que nunca nada hubo, por que nada nunca soñaste, sigues despierto y yo sigo en la realidad muy distante.

Te quiero, decía mientras permanecía perturbado y desteñido. La lluvia me deslavaba la silueta, la sonrisa y me ahogaba con la sensación de no poder hablar, o de haberlo dicho en tonos mudos. Te quiero me dijiste, mientras tu mano tocaba mi mejilla, cómo antes, y cómo antes mi cara contra ella retorcía.

La lluvia se llevaba las sombras, las tintas, las palabras... quedaban los pasados incorrectos, mis errores más constantes, mis fallas, nuestros males. Éramos manchas en charcos de mis carencias.

De nuevo en el cuarto, de nuevo en las sombras, recobraba el aliento, deteniéndome el pecho esperando no se hiciera agua, resguardando el aliento, limitando el suspiro, aliviado de que fuese un sueño, pero realmente triste de leer entrelíneas... hasta mi inconsciente te sabe herida.

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