miércoles, 23 de abril de 2008

Seco...

Las rocas eran azotadas por las necias olas, una tras otra, distinta fuerza, altura y suerte. Todas estampaban su rostro en contra de la áspera superficie que dejaba segundos de brillos húmedos en el aire, pero algunas lograban salpicar tus pies, para secarse rápidamente contra el cruel rayo de luz.

Luz del Sol, luz de medio día, de inapelable y brutal medio día. Sin una sola nube que proteja un poco. Sin una sola idea que aleje un poco la idea de seguir en silencio cociendo la piel. No era paz. Era más el acto reflejo de abandonarte, de lograr olvidar,perdonar, rezar, reír, sonreír, broncear, quemar, estar.

Te levantaste aún muda. Bajaste de tu pedestal rocoso, para comenzar a sumergir el cuerpo. Curtiendo un poco el nuevo tono de tu superficie, la sal y el agua te acosaba los poros, y enfriaba con natural desdén las ganas de continuar el embate contra el mar.

Tu cabello fue el último en sentir la calma. El respiro del alma salada exhalando contra tu piel, la seducción del momento inmortal.

Fui a tu encuentro bajo las olas, bajo el sol, bajo la sal, bajo el mundo y sus presiones. Te encontré abajo, resguardada en la calma de la transparencia, coqueteando con la nada y el 70% del mundo, alargando con pereza la comisura de tus labios.

Sentí abandonar el mundo, unirme al tuyo. Ser uno en las olas, ser uno en la sal, ser el que se arroja contra las rocas, no por necedad sino para derrocar al mundo seco, al mundo hostil, e invitarlo al mar.

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