miércoles, 5 de marzo de 2008

La última vez...

Llevábamos meses de no vernos.

Las circunstancias y los miedos nos habían alejado un poco… no lo suficiente.

La recogí en su trabajo. Un beso en la mejilla, me indicó el rumbo de la cena. Charla de actualización muy precaria nos acompañó dos semáforos. Antes del tercero, alargó sus finos dedos a mi cabello. Electrizante sensación de lo conocido.

Cerré los ojos, y me recargué en contra de su piel. Ella segura de una decisión interna, se acercó a mí y me beso con turbias intenciones. La boca, el cuello, la oreja, fueron sus objetivos.

El claxon del auto detrás, nos advirtió del cambió de color del semáforo. Ella no cedió territorio, continuo tocándome, besándome, acariciándome, destapando esas intenciones reprimidas, esos besos añejos por no haberlos dado, esos roces que me pedían participar a toda costa.

Sin preguntas, sin palabras dejamos que el cuerpo hablara. Los nuestros decidieron buscar un lugar privado. Entramos a este lugar sin palabra cruzada, nuestras pieles no permitían descanso.

Tan pronto el auto fue lugar privado, la poca ropa que restaba fue arrebatada de ambos cuerpos. Botones rotos, cierres apresurados, pieles urgentes. El calor aumentaba, y su piel aún tenía ese sabor a gloria. Sus hombros perfectos no hacían otra cosa que invitar a devorar. Ella tenía esa mirada, de animal atacando, y al mismo tiempo de presa resignada. Besarle el pecho y bajar al abdomen, sin dejar de verla a los ojos grandes, era tener un ciervo en la quijada, decidido a alimentarte, y no con dolor sino con gusto de hacerlo.

El auto sólo fue capaz de dejarnos semidesnudos y con el sabor mutuo en los labios. Necesitábamos más espacio, la energía se desbordaba por los asientos, por los tapetes, por los asientos y ventanas, por cualquier rincón que el cuerpo permitiera contorsión para el acto más carnal y espiritual que jamás se haya ejecutado.

Abrí la puerta y la cargué sin dejar de morder, besar, rasguñar… comer.

Minutos después logramos llegar a la habitación. No había más ropas, limitaciones de espacio, ni otra idea que entregarnos. Sobre las sábanas bebí su alma en gotero, mientras ella sostenía mi cabello. Rocé el cielo, y lo mordí en sus labios, cada gota de sudor era motivación de otra nube, otro tacto sobrenatural, otra posición que nos recordara cada momento vivido.

Hicimos de todas las noches una, de todas las vivencias ese momento, de cada beso que se dio antes un intercambió de parpadeos. Un te quiero en cada sonrisa, un te extrañaba en cada mueca placentera, un por favor continua en cada tacto. Nos conocíamos bien, y nos concentrábamos en experimentar con lo conocido, saber que lo de antes funcionaba mejor por haberlo deseado tanto tiempo.

Asemejábamos una lucha sin tregua, sin descanso, sin inclinar la balanza de un lado o del otro. Lucha sin vencedores claros. Cualquiera que lo llegase a lograr, no podría sobrevivir por tantas heridas. Esta noche dejaría huella mortal en ambos.

También dejaría huella de las mordidas en tus hombros, rasguños en mi espalda, piel enrojecida, raspaduras en las rodillas, labios inflamados, almas al descubierto.

No había marcha atrás, no había más recuerdos, no había más culpas, no había más presiones, más palabras ocultas. Éramos puros y completos. Era la comunión del alma en el sexo. Era hacer el amor… en la cama, en la sala, en el sillón, en el lavabo, en el baño, era poseer una fuerza inexplicable. Era tatuarse en el pecho: “he estado enamorado”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ta rechingon!!! Pa kien es eh?? Jaja besos la krnala bien karnala

Anónimo dijo...
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