miércoles, 5 de marzo de 2008

Capítulo 2: El espejo

Los días siguieron pasando. Perdí la cuenta de las horas pero comencé con la de los minutos; la niña en la carreta ya no era suficiente. Para resolverlo decidí reintentar lo del trabajo:

Asistí a un par de entrevistas; sin éxito aparente.

Tal vez no cubría perfil... o tal vez mi nivel de acicalamiento no era tan perfecto como la norma lo marca.

En una de ellas, recibí un comentario, que a memoria de buen cubero: Me gusta tu historial, saliste alto en los exámenes... pero... como te lo pongo, creo que unos cuantos cambios en tu apariencia, y atención a ti mismo, harían que la decisión fuera fácil.

Según yo, el traje formal, camisa, blanca, corbata de rayas azules, zapato boleado, cabello relamido, eran más que suficientes.

Pero la verdad últimamente había estado preparándome para la entrevista a tientas. Evitaba a toda costa acercarme al espejo.

Hace 4 meses que no me cortaba el cabello, la rasurada era por instrumentos, por no decir a ciegas.

Yo suponía si bien no era un perfecto candidato, uno muy sobre la media.

Ya entrado en confesiones, el espejo era la causa de esto. Me había acostumbrado a evadirlo.

En mi casa había varios, que decidí quitar por diversas razones. Pero uno se resistió. El espejo del centro de la sala, aquél que ocultaba el destino de la pequeña y los caballos. Ese espejo que tomaba mi mente y la colocaba una vez más en su lugar.

Su resistencia sobrehumana (o en su defecto sobreespeja) comenzó con dejar de reflejar. Negar su propia existencia al acercarme.

Negó por primera vez su existencia, aquella madrugada de los reflejos extraños.

La niña de la carreta llevaba dos días sin aparecer, pero en cambió habían aparecido lentos y toscos caminantes, que a decir verdad no eran tan divertidos.

Me levanté por un vaso con leche, que en realidad se transformó en un largo trago de cualquier cosa cuyo envase no distinguí, pero su sabor a putrefacto me advirtió detenerme. No me despabile, pues estaba seguro que tenía cerca el sueño, no debía espantarlo.

Al salir de la cocina me dirigí al baño. Allí todo transcurrió sin sobresaltos, hasta que al salir del mismo escuché un crujir. Regrese la mirada, nada vi. Sin pensar más en ello continué mi camino a mi cama. En las escaleras otro crujir al subir, justo donde una espejo estaba. Me asomé con cierta curiosidad está vez.

Con sólo un ojo a medio abrir, busqué en el espejo mi reflejo. Nada, adjudiqué el fenómeno a la falta de luz, así que apreté el interruptor y una luz blanca y ahorrativa se hizo presente.

Después de enfocar pobremente con el ojo abierto, mientras tallaba el otro con la mano. Vi una ausencia de mi imagen. No era invisible, pero simplemente yo no aparecía entre las maderillas talladas que hacían de marco. Por otro lado al acercarme podía distinguir sombras, y ojillos en las esquinas detrás de donde debería estar mi reflejo.

De inmediato gire el cuerpo en busca de aquellos causantes de esta broma. Nadie. Vislumbrar los medicamentos de nuevo era tenebrosa opción. Decidí evitar mis miedos, sin espejo no hay carencia de imagen, por tanto si los quitaba todos, no tendría que temer.

Así lo hice antes de que saliera el Sol, sólo faltaba uno. Al acercarme al igual que los otros no reflejó mi imagen. Pero este agregó una segunda súplica, dejó de reflejar todo. Dejó de ser espejo por mí. Se negó a ser su destino.

Se me hizo honorable, tenebroso sí, pero honorable al fin. Al final del día ese espejo había sido testigo de mis insomnios, y sabía que disfrutaba de la historia que él permitía fuera de final abierto. Era admirable que no por necedad de permanecer en la pared se negaba a sí mismo, lo hacía por mí, por que él estaba seguro de que él me permitía dormir y soñar un poco.

Así fue como el espejo se ganó mi respeto: Era lo que se esperaba de un amigo, sobrepasar los límites propios por metas ajenas. El espejo me ocultaba mi imagen y la de mis miedos por ser un buen amigo. Al menos yo pienso que es mi amigo.

No hay comentarios: