lunes, 24 de septiembre de 2007

Capitulo 1: Cuentos de tirol

Las manos en blanco, el papel en negro, la vida tonos grises y lo único a color, la vista.

Llevaba ya más de cuatro noches de insomnio. La posibilidad de superar mi reciente desempleo mediante el uso de mi nueva habilidad, dormitar únicamente dos horas por la madrugadamañana, era ya contemplada como viable; Los veladores no podían ser tan infelices: Eran el sueño de todo niño de ocho años. No duermen, comen únicamente comida chatarra, y tienen todo el centro comercial para ellos solos.

Las taquicardias y las voces no habían aparecido. La última vez que atacaron, más bien aparecido, el doctor mando drogas y descanso. No tenía intención de volver a esas andadas; las pastillas que te hacen sentir feliz, y mover al mundo en cámara lenta simplemente me daban más miedo que las voces. Aparte siendo realistas, nunca comprendí que me decían los susurros.

Las tardes pasaban fugaces, y las noches en pausas.

Las paredes de tirol de mi casa se habían dedicado a contarme historias en sus contornos.

La frecuencia de las narraciones no era programada, pero después de tres o cuatro horas de mirar fijamente la pared las texturas cobraban vida y contaban secretos a media luz o a media razón. La pared no tenía nada de sobrenatural, de eso estoy convencido, y explicaba mis malviajes con cansancio y semi dormir con los ojos abiertos, dando libertad a mi inconciente de navegar en la pared cuyo único límite era un espejo medio estorboso; al menos así me sigo explicando esas historias.

Uno de mis cuentos preferidos comenzaba con una carreta.

La carreta, con cuatro caballos de fuerza, tranquila paseaba por el techo grumoso; pero al llegar al ángulo recto con la pared, algo espantaba a los animales, que temerosos intentaban correr. Una niña dentro del vehículo era divisada. Torpemente subía a intentar controlar a los animales desvocados, que corrían de un librero al pilar, del pilar al suelo, y del suelo al espejo.

El espejo que colgaba justo al centro, de la pared de muy amplias proporciones contra el pequeño adorno reflejante. Me imposibilitaba ver cómo la pequeña de cabellera rizada desaparecía. Pues al salir por el otro lado del estorbo, los caballos ya no tenían lastre de carreta y la pequeña ya no era divisada.

Lo que hacía que esta historia me gustara tanto, era que recorría casi todos los muros y el techo, pero sobre todo, tenía un final abierto, donde yo podía suponer que la niña había soltado a los caballos, o logrado saltar y salir ilesa, o en su defecto, si el humor lo permitía, que se había estrellado con su reflejo, pues sólo los caballos sin culpas y sin lastres lograban atraversar. El enfrentarse a uno mismo siempre será más catastrófico mientras más pasado tenga uno.

Siempre una historia diferente, siempre la misma carreta y la misma niña... siempre lograba dormitar casi dos horas al quedarme pensando en el final de la pequeña.

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